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Familia

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El número de los miembros de la familia

¿Cuál es el número normal de miembros de la familia? Muchos sociólogos y especialistas de la política de población rechazarán semejante planteamiento del problema. Guiados por el pensamiento liberal o socialista, se adhieren fundamentalmente al axioma neomalthusianista (véase, en esta enciclopedia jurídica, el término MALTHUS) de que el cálculo del número de hijos es cuestión de los esposos. De hecho, el concepto de una familia normal tiene poco sentido, si se la considera tan sólo en relación a sí misma, o si se la considera colectívistamente tan sólo como una parte del conjunto de planes sociales. Pero si se tiene en cuenta su función biológica y moral en la vida de la sociedad, entonces adquiere plena significación el concepto de un número normal de miembros de la familia o, lo que es lo mismo, de un número natural.

Efectivamente, la función biológica de la familia no deja lugar a duda sobre su magnitud natural. Un pueblo se verá reemplazado por su próxima generación, si la generación actual tiene un número igual de chicos y de chicas que al casarse más tarde tengan, a su vez, dos hijos. Ahora bien, no todos alcanzan la edad del matrimonio, sino que mueren más pronto; otros están impedidos de contraer matrimonio por sus enfermedades; otros se proponen miras más altas, que tan sólo pueden alcanzar libres de los vínculos familiares (véase, en esta enciclopedia jurídica, el término CELIBATO); otros, a su vez, no encuentran la persona con la que hubieran podido decidirse al matrimonio; y de los matrimonios que se llevan a efecto, no pocos se quedan sin descendencia por motivos voluntarios o involuntarios.

Por todas estas realidades que da la experiencia, resulta que un pueblo solamente podrá mantenerse si el número medio de hijos de las familia es el de tres o cuatro, y que éste ha de ser mayor si se quiere que aumente el número de población. Lo mismo demuestra la función moral de la familia como célula de la sociedad. En un sistema generalizado de uno o dos hijos, la familia no puede cumplir sus funciones de pedagogía social. El hijo único carece de la vida en comunidad con sus hermanos y, por consiguiente, de la educación para las virtudes sociales más importantes por medio de la vida en común con ellos. La mala educación del hijo único por el mimo excesivo de los padres es, por lo demás, un hecho corriente que muestra la experiencia; lleva esto consigo el fortalecimiento de una posesión egocéntrica del niño, en lugar de despertar la conciencia de los deberes sociales. El sistema de dos hijos lleva consecuencias semejantes: dos no forman una comunidad en la que se exija un mínimo de virtudes sociales del mismo tipo que la comunidad de tres, cuatro o más hijos.

Con un número mayor de hijos, éstos continúan siendo niños por más largo tiempo, tratan entre sí, saben entretenerse unos con otros e inventarse su medio de distracción, crean su propio mundo en el juego, aprenden inmediatamente, por experiencia, su incorporación a lo social. Por el contrario, cuando los hijos son tan sólo uno o dos, participan mucho más pronto en los pensamientos y en la vida de los mayores y se convierten en «precoces», lo que no es de desear ni corporal ni espiritualmente. Todo hace pensar, por tanto, que la familia necesita de un número normal de miembros, es decir, de un número mínimo de tres o cuatro hijos, incluso para el cumplimiento de su función moral como célula de la sociedad. Hasta aquí el dato sociológico. Por lo demás bueno es recordar que el amor y generosidad de los esposos normales va más allá del simple dato sociológico, y que de la rectitud de su conciencia depende su descendencia (véase, en la enciclopedia jurídica global, el término MATRIMONIO).


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